Biblioteca Popular José A. Guisasola




Cuento» El espantapájaros y el bailarín, de Fernando Alonso


Había una vez un espantapájaros en medio de un campo de trigo.

El espantapájaros estaba hecho con una guitarra vieja, con unas escobas viejas, con paja vieja del trigal y vestía el levitón viejo de un viejo titiritero.

Todas estas cosas, que habían estado llenas de vida y de movimiento, estaban ahora quietas en medio del campo de trigo.

Por eso, el espantapájaros tenía el gesto triste y desvalido.


El señor Justo llegó una mañana con el espantapájaros al hombro, lo clavó en medio de su sembrado, y dijo:

—Ya sabes lo que tienes que hacer...

Pero, al espantapájaros no le gustaba aquel oficio.

A él le gustaban los pájaros: verlos volar, posarse en el sembrado, picotear las espigas de trigo...

Por eso, no estaba contento con su trabajo; por eso, tenía la barbilla pegada al pecho, la mirada pegada al suelo y la vergüenza pegada al rostro.

Sin embargo, el espantapájaros cumplía con su obligación y hacía todo lo posible por espantar a los pájaros.

También por eso, cuando se ocultaban el sol y los pájaros, el espantapájaros tenía el gesto triste y desvalido.

Un día, vio venir por el sendero a un extraño personaje.

Iba con los brazos extendidos, en cruz; daba dos saltitos, giraba velozmente sobre la punta del pie y seguía su camino con pasos largos y elásticos.

Parecía que no pisaba el suelo.


Al espantapájaros le gustó mucho aquello y gritó:

—¿Qué haces?

Y el extraño personaje respondió:

—¿No lo estás viendo... ? Bailo.

—Y ¿quién eres tú?

—Soy Bailarín.

El espantapájaros se rió entre dientes:

— Bailarín...

Y aquella palabra sonaba, en sus labios de paja, como una música maravillosa.

—¡Qué suerte tienes! ¡Sabes bailar! —exclamó, suspirando, el espantapájaros.

Y el bailarín le contestó:

—No te preocupes, yo puedo enseñarte.

Y, durante todo el día, estuvo el bailarín baila que te baila para que aprendiera el espantapájaros.

Cuando se hizo de noche, el espantapájaros terminó su trabajo.


Y daba gloria ver al espantapájaros y al bailarín bailando a la luz de la luna.


Al llegar la mañana, el espantapájaros volvió a su trabajo y el bailarín a su camino.

Y, cuando el bailarín iba a perderse de vista en un recodo del sendero, el espantapájaros le gritó:

—¡Adiós, Bailarín!
¡Gracias por enseñarme a bailar!


La vida del espantapájaros cambió desde aquel día.

Cuando su trabajo le resultaba más molesto, pensaba:

—«Ten paciencia. En cuanto se ponga el sol, podrás bailar hasta caerte sentado.»

Pero al señor Justo, que era un amargado, no le gustaba nada que su espantapájaros se pasara la noche bailando; por eso le dijo:

—Desde hoy, quedan prohibidos los bailes.

Y el espantapájaros le contestó:

—Yo cumplo con mi trabajo durante todo el día; por la noche, el tiempo es mío y puedo gastarlo como yo quiera.

—Que te has creído tú eso...

—Señor Justo, no sea usted injusto... —suplicó el espantapájaros.

Aquello no le hizo gracia al señor Justo:

—Con chistecitos y todo... ¿eh?

Y le dio una bofetada tan fuerte que le sacó parte de la paja que tenía debajo del sombrero.


El espantapájaros se quedó muy triste.

No quería disgustar a su amo; pero tampoco podía renunciar a sus derechos.

Además... ¡Bailar era superior a sus fuerzas!

Quizá tuvieran la culpa su cuerpo de guitarra y su cabeza de escoba.

Lo cierto es que, en cuanto llegaba la noche, le entraba un hormigueo en los pies y se lanzaba a bailar entre las espigas.


Al cabo de unos días volvió el señor Justo; gritaba como un loco:

—¡Cómo hay que decirte las cosas!

El espantapájaros gimió:

—-No tiene derecho a prohibirme...

—¿Derecho? ¡Mira cuál es mi derecho!

Y el señor Justo le largó una sonora bofetada.

—¿Por qué no puedo hacer lo que quiera en mi tiempo libre...?

Pero el señor Justo no atendía a razones y siguió dándole de bofetadas. ’



A cada bofetada que recibía, el espantapájaros perdía un poco de paja, unos trozos de madera.

Al fin, del espantapájaros sólo quedó la ropa: el levitón del viejo titiritero.


De repente sopló un viento fuerte...

Y el espantapájaros comenzó a elevarse por los aires.

El levitón giraba y giraba.

Era su mejor baile.

El baile de despedida. Y bailando, bailando, se perdió de vista por encima de la nube más alta que había sobre el pueblo.


Y todo el pueblo, que se había congregado al oír los gritos, aplaudió con fuerza al espantapájaros.



Entonces, todos los pájaros bajaron sobre el sembrado.

El señor Justo corría de un lado a otro para espantarlos...

Pero todo fue inútil y los pájaros se comieron todo el trigo de su campo.


Mientras tanto, el espantapájaros bailaba feliz entre las nubes: porque pensaba que el viento era la música más hermosa; porque el cielo y las nubes eran su mejor pista de baile; porque el día y la noche eran suyos para hacer lo que quisiera; porque ya nunca más tendría el molesto oficio de espantar a nadie.




FIN




El hombrecito vestido de gris y otros cuentos, de Fernando Alonso.

*El hombrecillo vestido de gris.
*El barco de plomo.
*Los árboles de piedra.
*El viejo reloj.
*El barco en la botella.
*El guardián de la torre.
*El espantapájaros y el bailarín.
*La pajarita de papel.




Visto y leído en:
PAZUELA
https://pazuela.wordpress.com/
https://pazuela.files.wordpress.com/2012/06/el-espantapc3a1jaros-y-el-bailarc3adn.pdf

Otras fuentes consultadas:
El hombrecito vestido de gris y otras soledades compartidas, Fernando Alonso. Biblioteca Cervantes Virtual
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-hombre-vestido-de-gris-y-otras-soledades-compartidas-0/html/01643838-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html
La literatura de Fernando Alonso. Fantástica realidad. Escrito por Sandra Sánchez García,Santiago Yubero Jíménez. Ediciones de Universidad de Castilla La Mancha, 2013
https://books.google.com.ar/books?isbn=8490440492
“Por una biblioteca popular más inclusiva, solidaria y comprometida con la sociedad”
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